Un mundo de hambre en medio de la abundancia

Publicado por Cruz Roja: 22 septiembre 2011 10:44 CET
Julien Goldstein/FICR
Bekele Geleta, Secretario General de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, organización que publica el Informe Mundial sobre Desastres cuya edición de 2011 tiene por tema la crisis mundial de alimentosEn la gama de problemas cada vez más amplia que afrontamos, pocos me desvelan más que uno de los más viejos y persistentes: el hambre. Siendo etíope, vi con mis propios ojos aquella terrible hambruna que aquejó a mi país a mediados de la década de 1980 y sé lo que significa la inanición para la gente.

Hoy, en 2011, es para mí desconcertante y desalentador que aunque se disponga de más alimentos por todas partes, los rendimientos agrícolas hayan aumentado  enormemente y en el mundo entero 1.500 millones de personas sean calificadas de obesas, aún haya otros 925 millones que padezcan de hambre crónica, es decir, más que a principios de la década de 1970 .

El 15 por ciento de la población mundial se acuesta con hambre. La mayoría en las regiones de Asia-Pacífico, sobre todo en el subcontinente indio, y el África subsahariana. Cada año, 3.000.000 de niños mueren de desnutrición antes de cumplir cinco años.

Tenemos que ser claros en lo que respecta a la terminología; “subnutrición”, quiere decir exactamente eso. En sentido estricto, “malnutrición” puede significar carencia o exceso de alimentación, así como dieta desequilibrada por falta de vitaminas y minerales esenciales. Por consiguiente, lo correcto desde el punto de vista técnico, es decir que en 2011 nos encontramos con una epidemia de malnutrición en todas sus variantes.

Mientras casi 1.000 millones de personas luchan por procurarse suficiente comida, otros 1.500 millones se debaten con lo que en Occidente se ha dado en llamar un “problema de peso”.

Dondequiera que usted viva, tal vez haya notado que, últimamente, el precio de su compra semanal está por las nubes. De hecho, tal como se desataca en nuestro Informe Mundial sobre Desastres 2011, los precios mundiales de los alimentos alcanzaron los mismos picos que en la crisis de 2008 que provocó disturbios políticos por todo el mundo. Para la mayoría de las personas de los países ricos, no para todas, eso puede ser solo un inconveniente que requiere ajustar un poco el presupuesto familiar, pero por esos aumentos, decenas de millones de personas de los países pobres se encuentran verdaderamente al borde de la supervivencia.

Cabe señalar que los países ricos ya no son inmunes al hambre. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos informó que en 2010 se gastaron casi 70.000 millones de dólares en cupones de alimentación para 40 millones de estadounidenses pobres. Además, unas 240 organizaciones forman parte de la Federación Europea de Bancos de Alimentos que recuperan alimentos excedentarios de la industria y los restaurantes para distribuirlos a los pobres y operan en una veintena de países.
¿Y acaso no es escandaloso que, según estimaciones, se pierda o desperdicie el 30 por ciento de los alimentos que se producen en el mundo? Seguro que esa cifra chocará a los niños que aprendieron de sus padres que “es delito desperdiciar la comida”.
 
Se acabó la época de los alimentos baratos
Tal como se detalla en nuestro informe, los factores subyacentes de esta nueva inflación de los precios de los alimentos son múltiples y difíciles de evaluar. Sin duda, comprenden la disminución general de las reservas mundiales de alimentos, la popularización del “inventario justo a tiempo”, el impacto del cambio climático en la agricultura y, paradójicamente, el creciente uso de la tierra para cultivos destinados a la producción de biocombustibles. También hay un creciente consenso acerca del rol que desempeña la especulación financiera en la volatilidad de los mercados de alimentos: cuando estalló la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos, los inversores encontraron otras oportunidades más seguras en el mercado de futuros agrícolas.

Pero, al contrario de lo que se suele pensar, aparentemente, no tuvieron en cuenta el rápido crecimiento de la demanda de más y mejores alimentos de los nuevos centros neurálgicos de la economía mundial como la China y la India que siguen siendo exportadores netos de cereales. La Unión Europea, en cambio, seguía siendo la mayor importadora de semillas oleaginosas y la quinta importadora de cereales en 2007-2008.
De ahí que por todos esos motives complejos, la volatilidad haya llegado para quedarse. Al parecer, la época de los alimentos baratos se acabó.

Cuando la inseguridad alimentaria (como se le denomina en el mundo humanitario) cobra proporciones de crisis, respondemos con el pleno alcance de nuestras capacidades; en la práctica, eso implica la capacidad que nos procuran nuestros donantes. Por ejemplo, en 2010, la sequía volvió a llevar al borde de la inanición masiva a algunas regiones del Sahel africano y, en particular, a Níger, país cuya población depende en gran medida de la agricultura alimentada por la lluvia. Hicimos un llamamiento por valor de 4,4 millones de dólares para asistir a unas 400.000 personas con dinero, alimentos y semillas, pero solo recibimos poco más del 50 por ciento de esa suma.


Por su puesto, la ayuda alimentaria no es la “respuesta” a todo. Entonces, ¿qué hacer a largo plazo?
La opinión especializada se divide entre propiciar la tan necesaria inversión agrícola a los minifundistas, o bien, la agricultura a escala industrial con alto coeficiente de capital. Ambas desempeñan su papel, pero nosotros consideremos que urge hacer más para asistir a los minifundistas que suministran alimentos a la mitad del mundo y el 90 por ciento a África.
En realidad, proporcionalmente, el rendimiento de los minifundios puede ser más alto que el de aquellas explotaciones agrícolas con alto coeficiente de capital. Ahora bien, los minifundistas necesitan semillas, fertilizantes y ayuda en la comercialización. En 2002, gracias al buen tiempo y el uso de semillas y fertilizantes nuevos, en Etiopía hubo una abundante cosecha de maíz, pero eso solo redundó en un exceso que hizo bajar el precio en picada.

En nuestro informe también se afirma que ofreciendo la debida inversión a las agricultoras, ese rendimiento podría aumentar hasta un 30 por ciento.

No obstante, se informa que inversores extranjeros, respaldados por gigantescos fondos de cobertura de riesgo, en el siglo XXI se vuelven a librar batallas por África, lo que pone de relieve una dificultad de talla para el desarrollo agrícola minifundista: los derechos de la tierra.

Hace unos meses, un informe del Instituto Oakland revelaba que adquisiciones de tierras muy irregulares, […] estaban obligando a minifundistas locales a abandonar sus tierras ancestrales para dar paso a la exportación de productos básicos, entre ellos, biocombustibles y flores cortadas.

Hay que poner fin a todo eso y la comunidad internacional debe hablar con una sola voz: África necesita producir alimentos, no flores cortadas para mesas de comedor del primer mundo.

Mientras tanto, habría que prestar mayor atención al tratamiento de la desnutrición menos grave, abordando las deficiencias de micronutrientes (vitaminas). Pero en general, mientras los gobiernos, los donantes, los organismos humanitarios y la sociedad civil no aborden las cuestiones subyacentes (reconocidamente complejas) de orden tecnológico, ambiental e institucional, es probable, que la inseguridad alimentaria siga siendo un grave problema. Incluso si las cosas siguen como están, seguramente, en muchos países no se alcanzará el primer Objetivo de Desarrollo del Milenio: reducir a la mitad la proporción de personas que viven en condiciones de pobreza extrema y padecen hambre.


Quizás haya llegado la hora de examinar detenidamente qué hacer para que todos tengamos comida en nuestros platos.

Debemos liberarnos del rótulo de la fruta
En los países ricos, toda la cuestión de la procedencia de los alimentos y quienes los cultivaron es de candente actualidad y, sorpresivamente, desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, el movimiento del comercio justo surgió en la década de 1940. También hay que tener presente la reciente controversia en torno a la fecha de caducidad, lo que se traduce por un desperdicio considerable de alimentos comestibles, y la ridícula insistencia de los supermercados en que frutas y verduras sean del mismo tamaño, la misma forma y el mismo color, táctica de comercialización que excluye a los minifundistas cuyos productos son perfectamente aceptables, pero no responden a la imagen del rótulo.

Principalmente a raíz de la crisis del precio de los alimentos de 2008, los donantes volvieron a centrar su atención en la agricultura y, por ejemplo, la mayoría levantó su total oposición a sistemas de subsidios para productos agrícolas. Los compromisos contraídos por gobiernos donantes y organizaciones multilaterales en materia de ayuda agrícola disminuyeron drásticamente, cifrándose en 3,4 por ciento de la ayuda total, pero hace poco comenzaron a repuntar. 

A la vez, muchos gobiernos donantes desligaron su ayuda alimentaria, lo que permitió utilizar mucho más las adquisiciones locales y va ganando terreno la idea de distribuir dinero en efectivo en operaciones humanitarias, en lugar de importar ayuda alimentaria o suministros de socorro fabricados en el Norte. Eso también ayudará a los minifundistas, pues estimulará la demanda y la creación de empleo en el plano local.

De más en más, las empresas privadas adhieren a la responsabilidad social corporativa (RSC), no solo para dar una buena imagen sino también porque es mejor para los negocios contribuir a crear los mercados de exportación del futuro. Uno de los múltiples ejemplos exitosos de esa responsabilidad es el del equipo que formó la multinacional Unilever con el  Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y el Servicio Nacional de Salud de Ghana para producir sal yodada a precios accesibles.

Al recorrer la entera cuestión del sistema alimentario mundial, indudablemente, es preciso detenerse en la igualdad. Si el libre juego de las fuerzas de mercado redundó en que el 15 por ciento de la humanidad padezca hambre mientras un quinto tiene sobrepeso, algo va mal. La economía existe para la gente, no al revés. Si nos proponemos corregir esa situación lamentable, hemos de encontrar medios de dominar las leyes de la oferta y la demanda, como lo hacemos con la ley de la gravedad cuando pilotamos un avión o construimos un rascacielos.

Maybe: Si nos proponemos abordar esa situación lamentable, tal vez debamos encontrar medios de regular las leyes de la oferta y la demanda, y promover una distribución más equitativa de los alimentos entre quienes tienen muy poco de comer y quienes tienen demasiado.

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